Los trenes del verano es una novela juvenil, aunque, como reza la frase de presentación de la colección a la que pertenece,
está dirigida a lectores “de ocho a ochenta y ocho años”. Y es que José María Merino (La Coruña, 1941) es un peso pesado de las letras (Premio de la Crítica 1986) que ofrece siempre, tanto en sus obras para adultos como para jóvenes, múltiples niveles de lectura.
El que nos ocupa trata de tres amigos que, tras aprobar todos sus exámenes y ahorrar dinero en trabajos esporádicos, emprenden un viaje en interraíl, cargados con mochilas y tienda de campaña, para recorrer diversas ciudades europeas. Sin embargo, sus ansias de aventura se verán desbordadas cuando deban enfrentarse a un fenómeno extraño que detendrá el tren en mitad de Francia. Y ya no podemos desvelar más.
Pues el mayor aliciente del libro es precisamente el misterio que se mantiene hasta la última página.Y es que, como toda novela juvenil que se marque el objetivo de secuestrar la atención de una generación audiovisual, aficionada al zapping y al ADSL, Los trenes del verano emplea toda clase de ardides para convertir el soporte en el que está impreso (un libro, vade retro) en algo más. En un artefacto. La primera estrategia consiste en escribir en la portada, bien grande, con letras mayúsculas,
“Esto no es un libro”. Donde debería ir el título de la novela sólo aparece este mensaje. Y el nombre del autor, además, está escrito al revés, como leído en el reflejo de un espejo (la razón de este hecho tiene que ver con el misterio que propone la novela). Y la sinopsis que aparece en la contraportada está truncada por la misma frase repetida una y otra vez: nosoyunlibronosoyunlibro…
Por si todo esto fuese poco, cada cierto número de páginas, en medio de la narración, encontramos mensajes que te suplican que continúes con la lectura, que ni se te ocurra dejarla a medias, pues no sólo tu vida depende de ello sino también la supervivencia de la propia realidad. Sólo si lees, te salvarás. Y todo ello escrito con diferentes fuentes de letras, con cambios de tamaño y con otros juegos que recuerdan a los caligramas de, por ejemplo, El poema de la rosa als llavis (El poema de la rosa en los labios), de Joan Salvat-Papasseit. Sin duda, el mensaje es agresivo, recuerda a esos anuncios sobreimpresionados que aparecen en la televisión tratando de mantener tu fidelidad: en breves instantes contaremos con la presencial de tal; a las 22:00, pascual.
Sin embargo, a pesar de estos continuos trucos para superar el déficit de atención que padecen sus potenciales lectores, la estrategia no se antoja artificiosa.
Todo acaba siendo justificado gracias a la trama de ciencia ficción que José María Merino nos propone, en la que resuenan ecos de La historia interminable, de Michael Ende.
En definitiva, una historia correcta, con sus necesarios giros de tuerca, con una prosa musical que puede hacer disfrutar a lectores de cualquier edad y, sobre todo, con una ingeniosa apología sobre la importancia de la lectura que acaba sirviendo también como juego metaliterario que
atraerá incluso a los menos aficionados a los libros.
Editorial Siruela, 1992
Colección Colección Escolar. 2.
212 páginas